miércoles, 11 de enero de 2012

Mi regalo

Permítanme compartir con todos los lectores, mi regalo de estas Navidades que no lleva lazos, ni etiquetas, ni va envuelto en un precioso papel rojo brillante y además no se puede adquirir con una tarjeta de crédito.
 Un nacimiento ya es una noticia agradable, y si además coincide con la noche mágica de los Reyes Magos, entonces adquiere una mayor dimensión, porque no hay mejor regalo que traer un hijo al mundo….así le ocurrió a mi gran amiga Laia y a su recién nacido Albert.

 Hacía un frío intenso, y por eso detuve el coche justo en la puerta del Hospital Sant Joan de Déu, para ahorrarle a mi mujer, el gélido paseo que hay desde el aparcamiento hasta la entrada principal.
Al entrar en el hospital, me dirigí al ascensor, con mis gafas totalmente empañadas debido al contraste de temperatura con el exterior.
 Mi memoria me jugó una mala pasada y no recordaba el número de habitación donde estaba mi amiga Laia, y me guié de mi intuición. Bajé en la segunda planta.
Esa decisión errónea me llevó por un pasillo donde se oía de fondo una bonita melodía acompañada de aplausos y gritos que se hacían más audibles a medida que avanzaba por un pasillo larguísimo.
Un Rey Mago con una gran barba blanca y tocando con un saxo melodías navideñas, entraba y salía de una sala llena de gente, que reclamaba su regreso, cada vez que este intentaba finalizar su actuación.
Al verme parado y sorprendido en medio del pasillo, se acercó y me invitó a entrar y participar de la fiesta. Todavía no sé ni porqué acepté su invitación, ya que mi intención era encontrar la habitación de mi amiga Laia, pero entré y me senté en una incomoda y diminuta silla, como la que utilizan los escolares de P3, pero eso era lo de menos, ya que mi atención se puso inmediatamente ante la que es sin lugar a dudas, la imagen más hermosa de amor, que había visto en mi vida.
Con sus cabecitas sin pelo, y abrazados a sus padres, aquellos niños iban recibiendo uno a uno los regalos que Los Reyes Magos y sus ayudantes les iban entregando. Me tomé aquel instante como un regalo divino, de esta y de muchas navidades juntas y la muestra de que el amor es algo indestructible, por muy duros que sean los tiempos. Sus caritas ilusionadas estaban más pendientes de las sonrisas y comentarios de sus padres y hermanos que en el regalo en sí.
Me sentí pequeño….muy pequeño ante la magnitud del acontecimiento y, a la vez, afortunado de poder sentir aquellas sensaciones como mías. En aquella sala no había cabida para sentimientos negativos, todos eran iguales, sentían igual, amaban igual….todo era cariño.
Una vez acabada la entrega de regalos, nos hicieron pasar a todos los asistentes a una sala contigua donde habían preparado un gran desayuno a base de colacao, croissants, y todo tipo de dulces y turrones. Mientras todos desayunaban entre risas y juegos, me recreé en los dibujos que los niños tenían expuestos en las paredes, y reflejaban su ilusión por la vida y la esperanza de volver a casa algún día, para poder hacer una vida normal junto a sus padres, hermanos y amigos. Solo desean aquello que la gran mayoría tenemos y no apreciamos.
Qué gran lección significaría para muchos que basan sus vidas en el odio, en la avaricia, en el racismo, y en la violencia, pudieran sentir por un instante el verdadero significado de la bondad, la humanidad y la igualdad de estos niños.
 Regresé tras mis pasos en busca de mi amiga Laia e imaginé como en aquellos mismos instantes estarían todos los niños en sus hogares abriendo sus regalos con la alegría que ello les representa y otros más creciditos perfumándose con alguna colonia de nombre impronunciable.
 Encontré la habitación de mi feliz amiga, con su regalo de Reyes …el pequeño Albert.

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