viernes, 2 de diciembre de 2011

Ayer y hoy

Ayer y hoy



Me detuve a la entrada de su habitación y observaba a mi hijo de 13 años, como tecleaba su ordenador a toda velocidad.

Siento  mucha tristeza al ver como su generación desperdicia prácticamente todo su tiempo libre, encerrada entre cuatro paredes, aniquilando marcianos y rodeada de amigos virtuales, que con un simple clic desaparecen de sus vidas. Todo es una gran contradicción, al saber que vivimos en la era de la comunicación y nunca hemos estado tan solos, como están ellos ahora.
Los de la generación del 60 y 70, teníamos muchas carencias de todo tipo, pero estoy convencido que nuestros hijos no han sabido o podido disfrutar de su infancia, como lo hicimos nosotros.
Mientras escuchaba el sonido desagradable que emitía su ordenador, mi mente me trasladó más de 30 años atrás y recordé con mucho cariño, mi etapa adolescente y a mis dos grandes amigos de la infancia como son Miguel y José Antonio……..
Hasta avanzada edad, todos vestíamos iguales, con pantalones cortos y zapatillas deportivas de tela de color azul o aquellos durísimos zapatos gorila, capaces de aguantar dos cursos seguidos y cientos de partidos de fútbol, en la tierra del patio de la escuela. Desconocíamos las marcas y nos daba igual los precios de las cosas.
Nos hacíamos nuestros propios juguetes, con maderas, botellas, piedras o balones de fútbol improvisados., que encontrábamos de cualquier lugar.
También éramos capaces de jugar entre nosotros a todo tipo juegos, como el churro, el pañuelo, policías y ladrones, la baldufa u otros, que hacían que alguno llegara a casa con alguna pedrada en la cabeza o algún diente de menos y al día siguiente nadie se acordaba.
De vez en cuando, salíamos de cacería y regresábamos con lagartijas, pájaros o insectos rarísimos, no sin antes haber cogido prestada alguna manzana al payés.


Nos tirábamos todo el día en la calle, hasta que las luces de las farolas, nos avisaban que era la hora de regresar a casa.
Nadie sabía donde estábamos, porque no disponíamos de teléfonos móviles, como ocurre hoy en día, pero también es cierto que no había miedo.
Entrábamos en casa y un olor agradable nos daba pistas de lo que esa noche habría para cenar.
Con la cara muy sucia y sudorosa, nos bajaban gotas negras por el cuello, que nuestra madre nos obligaba frotar, cuando nos metíamos en la bañera y transformábamos el agua cristalina en un color chocolate, como no he vuelto a ver desde entonces, no sin antes haber recreado unas fantásticas batallas navales con el bote de jabón, la esponja y algún juguete que emulaba algún barco pirata.
Nuestras rodillas mugrientas y ensangrentadas, soportaban sin dolor todo el día de juego en la calle, y los revolcones por el suelo y el barro.

A la mañana siguiente cargábamos nuestros libros en las mochilas, y nadie se preocupó si nos dolía la espalda, o si preferíamos transportarlos con una maleta con ruedas.
O si comíamos muchos dulces….a nadie le importaba y el que estaba gordo es que era así. Además siempre teníamos un amigo gordo.
Desconocíamos que era el colesterol, ni las dietas ni los aparatos en los dientes como hay ahora.
Veíamos muy poco la tele y no discutíamos sobre que programa queríamos ver, ya que solo disponíamos de dos canales.
Bebíamos directamente de la manguera o de las fuentes públicas, y nunca nos pasó nada, excepto las plagas de piojos que nadie se libró. Nuestras madres nos lavaban la cabeza con vinagre y aquella tarde la pasábamos con una toalla, liada en la cabeza, hasta la hora de la cena.
Respetábamos a las personas adultas y si alguna vez, un  profesor llamaba a nuestros padres por algún acto de indisciplina, solo con una mirada, comprendíamos y rectificábamos y no como ocurre en la actualidad.

Gran parte de la la juventud de hoy, carece de aquellos valores que los de mi generación adquirimos prácticamente sin darnos cuenta, como son el respeto a los mayores, a los amigos, al medio ambiente, a los animales, y a todo los que nos rodea  y ese debería ser uno de los objetivos principales de los padres de hoy y de los políticos.
Unos políticos, que como siempre viven alejados de la realidad y han creído que gastándose cientos de millones en inútiles campañas, sobre los problemas sociales, han demostrado con el paso del tiempo que no han servido para nada, y han dejado olvidados espacios exclusivos para que ellos jueguen, como sí podíamos hacer los niños de mi generación, pero claro,  ni ellos ni los animales votan.
Estoy convencido que nuestros hijos, no recordarán la infancia con tantas vivencias y felicidad como sí hacemos los de mi generación, y es porque desgraciadamente hemos dejado demasiadas cosas en el camino.

A todos aquellos que pudimos jugar en la calle alguna vez………

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